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Celos entre hermanos

Celos entre hermanos

 

Hoy damos paso a un nuevo post muy personal. Como muchos ya sabréis, hace relativamente poco ampliamos la familia. Con la llegada de nuestro bebé, vinieron muchas novedades. Para mi, fue un posparto maravilloso. Mucho más físico que el primero, pero infinitamente mejor emocionalmente.

 

Como ya hemos dicho en anteriores posts, la experiencia es un grado. Y con ella, aprendes a cogerte la maternidad con más serenidad porqué tienes la certeza de lo que realmente es importante para ti y para tu bebé.

 

Sin embargo, con ésta bimaternidad, era madre primeriza en otro aspecto: los celos. Y, realmente, ha sido un tema que nos ha tocado fuerte. Te preparas, lo lees y al principio todo absolutamente todo va como la seda. Principalmente porque el propio bebé es novedad. Tu primer hijo o hija está encantado, con muchas ganas de descubrirlo todo. Te ayuda, se implica… lo implicas en todo. ¡Y ella feliz! Pero… ¡oh no! Llegó un día que ella decidió que ya no quería ayudar más.

 

Como buena "mamá primeriza" que soy ni me enteré de que eso podría ser un riesgo. Al contrario, pensé: mira que bien. Ya está totalmente superado y ahora hasta le “cansa” ayudar. En fin, en poco tiempo, la peque/ grande de casa empezó a hacer el tonto. De forma fulminante, dejó de comer y cualquier cosa que yo le decía era: ¡NO! Volvieron rabietas, malas caras constantemente conmigo y, bueno, un poco de apatía hacia su hermanito.

En el propio colegio se dieron cuenta que iba con menos ganas, que estaba despistada. Que no atendía a lo que los maestros decían. ¡vaya panorama! Yo, os podéis imaginar, rota por dentro. Mi hija no me quiere ni ver. De vez en cuando me soltaba: ¿otra vez teta mama? Y si… claro. El peque pasaba mucho tiempo encima de mío, porqué lo necesitaba.

 

Y, ¿qué hicimos? Ante todo querría aclarar que para nada considero que está superado. Es un proceso… y poco a poco ha mejorado. Pero soy consciente que esto es algo que tendremos que ir cuidando día a día.

También hay que comentar que nosotros encontramos nuestra solución, considerando nuestras rutinas, hábitos y gustos. Pero que esto no tiene porqué funcionar a todo el mundo. Sencillamente quería compartir con vosotros nuestra experiencia.

Para tratar de darle una vuelta a la situación, hicimos lo siguiente:

-Como yo dormía poquito por la noche porqué el peque se pasaba toda la noche en el pecho, papi llevaba a la mayor al cole. En ese momento, la mayor empezó incluso a llorar que no quería ir al cole y en una de las crisis “se le escapó” que no quería ir porqué yo me quedaba en casa con el peque y ella también se quería quedar. Así que, aunque para mi era más cómodo que papi la llevase al cole y yo la recogiese, tuvimos que cambiar rutinas y yo ahora la llevo y la recojo. Ahora, ya acepta que algunos días, si yo no voy, la puede llevar alguien más. En la época de crisis, ni esto aceptaba.

-Por la tarde iba un rato al parque con la mayor para que jugase con sus amigos. Yo interpretaba que eso le iba bien porqué así se desahogaba. Pero, nada más lejos de la realidad. A ella la “estresaba” mucho más llegar a casa y tener que ir directa a la ducha, comer y dormir. Así que cambiamos el parque por tiempo de juego en casa. Llega, juega un rato conmigo o con papi y el peque. Y al cabo de un ratito, ¡a duchar!

-A ambos les encanta la ducha. Es un momento que siempre hemos disfrutado y, desde entonces decidí ducharlos juntos. Para hacer de ese momento mágico para ambos, un momento compartido. Ahora se lo pasan “teta” jugando juntos en la ducha. Eso sí, ¡cómo queda la ducha!

-La cena, fue uno de los momentos más estresantes de toda esta situación. Nuestra hija se negó a comer. Dejó de comer. No quería nada. Cada noche era una pelea para conseguir que comiese un trozo de pescado, de verdura o de carne. Noche tras noche, no comía. Pasaron semanas y , os podéis imaginar la angustia que sentíamos cada vez que se acercaba la cena. Así que cambiamos el enfoque. Le dijimos que si no quería comer no pasaba nada, pero que no podía levantarse de la mesa. Este era el tiempo dedicado a comer y tenía que pasar todo el tiempo que nosotros comíamos, sentada allí. Al hacerla consciente de que era un momento importante, y de que en definitiva ella tenía opción de escoger si comer o no, fue un cambio automático. Empezó a comer. Poco, nada extravagante. Pero por lo menos ya comía.

Así que, ésta es la situación en la que nos encontramos ahora. Hemos vuelto a una “seminormalidad”, dónde somos muy conscientes que esto es un proceso y como todo proceso puede haber idas y venidas. Con lo cual nos mantenemos alerta y ¡dispuestos a repartir mimos por doquier!

 

 

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